PaTeAnDo LiSbOa

Ayer visitamos Lisboa, una ciudad con un encanto especial, con monumentos y rincones que nos hablan de un pasado de esplendor pero en los que la decadencia ha  hecho mella, lo cual acentúa, más si cabe, ese encanto que respiran sus calles.

Aunque muy bien acompañada por mi amor, eché especialmente de menos a mi guía favorita en Portugal, Mónica, y es que las amigas son las amigas y cuando son medio-portuguesas te enseñan el país de otra manera …

Fuimos a Lisboa desde Palmela, entramos cruzando el Puente Vasco da Gama (el más largo de Europa), al llegar dejamos nuestro coche en un parking en la Baixa (la parte baja de la ciudad), en la Praça da Figueira presidida por una estatua ecuestre de João I,con la impresionante vista, al fondo, del castillo de San Jorge.

Desde ahí continuamos nuestro paseo hasta la Praça do Rossio, oficialmente Praça Dom Pedro IV (cuya estatua preside la plaza), primer emperador de Brasil, donde me quedé con las ganas de entrar en la Pastelaria Suiça y tomarme unos “salgados” y un copo Muralhas de Monçao que tanto me gusta. Siempre me ha llamado la atención la abundancia de “pastelarías”, todas buenísimas, en Portugal y leyendo sobre ello me enteré de que en los tiempos difíciles, los portugueses que no tenían suficiente dinero para carne recurrían a los pasteles, más baratos, convirtiéndose, así, en parte de la dieta habitual. A mí me gustan los “rissóis de camarão” aunque lo típico son los “pasteis de Belem o pasteis de nata”.

Continuamos por la calle peatonal Rúa Augusta, al final de la cual se puede ver el impresionante Arco Triunfal que simboliza la entrada a la Baixa y a la ciudad.

Cruzando el Arco entramos  a la Praça do Comércio o “Terreiro do Paço» (solar del Palacio) ya que aquí Manuel I mandó trasladar la residencia real desde San Jorge para estar al lado del río Tejo (Tajo), pero en 1755 el Terremoto de Lisboa devastó completamente la ciudad, arrasando la Baixa. La zona fue reconstruida y la plaza tal y como hoy la conocemos data del S.XVIII. Los edificios de la plaza eran amarillos, el color de la monarquía, pero, tras la Revolución de 1910, que proclama la Primera República y el fin de la Monarquía, se pintan de color rosa, el de los republicanos.

Frente a la plaza, a la orilla del Tajo, todavía se ven los escalones de marmol por los que descendían de sus embarcaciones los embajadores y la realeza cuando visitaban la ciudad. En el centro de la plaza una estatua ecuestre recuerda al rey D. José I (el monarca reinante cuando ocurrió el terremoto que encargó, al marqués de Pómbal, la reconstrucción de la ciudad).

Como colofón a nuestro recorrido nos fuimos al barrio del Chiado para tomar un rico expreso en “A Brasileira” el café literario más conocido de la ciudad, cuya decoración modernista se mantiene intacta desde su fundación en 1907.

Lleno tanto de turistas como de portugueses, en su exterior, al lado de las mesas de la terraza, una estatua recuerda a uno de sus más ilustres clientes Fernando Pessoa.

El viaje de vuelta al hotel, en Palmela, lo hicimos atravesando el Puente 25 de Abril que toma su nombre del día en se produjo el levantamiento militar contra la dictadura salazarista, se conoce, también, como “Revolução dos Cravos” (Revolución de los Claveles) por ser esa la flor de la temporada, elegida por los portugueses que salieron espontáneamente a la calle para condecorar a los protagonistas de la hazaña, de ahí también el color rojo del puente.

Desde el puente, se puede observar al Cristo Rei, una copia del Cristo Redentor de Río de Janeiro, construído debido al empeño del Cardenal de Lisboa, tras su visita a Rio en 1934, la obra se realizó recaudando fondos entre una población extremadamente católica y muy empobrecida tras la II Guerra Mundial, lo que retrasó su construcción hasta 1959. El Cristo Rei simboliza la paz y el agradecimiento a Dios por haber mantenido a Portugal fuera de los horrores de la Gran Guerra.

Como siempre Lisboa fascinante!!

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